Si preguntaras: "¿Quién es el matemático más grande que ha existido?", te encontrarías con largas listas. En esas listas verías a Pitágoras, te toparías con Hipatia, y el nombre de Gauss surgiría lentamente de algún lugar de tu memoria. Pero te darías cuenta de que los matemáticos no son tan famosos como los físicos. En física, está el Nobel; en matemáticas, no lo hay. Por eso surgió la Medalla Fields, considerada el Nobel de las matemáticas. Pero te pregunto: ¿Cuántas personas han oído el nombre de esta medalla, o se han preguntado a quién se le otorgó?

Las matemáticas son, en cierto modo, el idioma más difícil del universo. Un físico realiza experimentos en laboratorios inmensos, un astrofísico examina el espacio con telescopios de kilómetros de tamaño, un físico de partículas recopila datos en túneles de miles de millones de dólares bajo tierra… Un matemático, sin embargo, vaga por los laberintos más profundos de la mente con solo un papel y un bolígrafo. Y a menudo, no podemos ni siquiera entender el problema en sí, y mucho menos su solución.

El número de personas que hablan este idioma es pequeño; verdaderamente pequeño. Por eso apenas reconocemos los nombres en las listas de "los mejores matemáticos de todos los tiempos". Sin embargo, la historia de cada uno de ellos es como una película. Y de los nombres en esa lista, solo dos están vivos hoy. Uno de estos dos es considerado, según evaluaciones objetivas, el matemático vivo más genial. El otro es, en mi opinión, un personaje mucho más interesante. Esta segunda persona es también el nombre del que quiero hablar en este artículo: Grigori Perelman, también conocido como "El Misterioso Grigori".

Lo que hace única la historia de Perelman no es solo su inteligencia; es su forma de utilizarla, su enfoque de los problemas y su ruptura casi total con el mundo después de todos estos logros. Inmortalizó su nombre resolviendo la Conjetura de Poincaré, uno de los logros más importantes en la historia de las matemáticas. Este problema estaba entre los Problemas del Milenio establecidos por el Instituto Clay de Matemáticas:
La Conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer,
La Conjetura de Hodge,
Las Ecuaciones de Navier-Stokes,
P vs NP,
La Hipótesis de Riemann,
La Teoría de Yang-Mills y el Problema de la Brecha de Masa,
y la Conjetura de Poincaré…

Cada uno de estos problemas requiere una carrera. Hay quienes dedican su vida a ellos y aún no pueden resolverlos. La declaración de Andrew Wiles: "No sabemos cuándo se resolverán estos problemas; tal vez en 5 años, tal vez en 100 años", resume la amarga realidad del mundo matemático.

El nuevo milenio comenzó con un desafío así. Y solo una persona anunció al mundo, solo dos años después, que había resuelto un problema de esta lista monumental: Grigori Perelman.

Y fue una solución tan grandiosa que la admiración de los matemáticos solo creció mientras examinaban su trabajo. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión en la historia de Perelman comenzó después de esto. Porque se consideró que merecía la Medalla Fields, el Nobel de las matemáticas, pero rechazó el premio. No solo eso, también rechazó el premio de 1 millón de dólares prometido por la solución. En la sala de ceremonias, entre cientos de científicos, solo su asiento quedó vacío. Él eligió el silencio sobre las luces del escenario.

Esta actitud intrigante condujo a su transformación repentina en una figura misteriosa. No hay un documental adecuado sobre él, no hay una biografía integral, ni siquiera hay fotografías claras. Incluso si está vivo o no se convierte ocasionalmente en tema de debate. Perelman casi parece actuar como si fuera alérgico a la propia idea de la "fama". Hace matemáticas no por una carrera, sino en busca de la verdad. Para él, el universo es un orden tejido con números; las matemáticas son la forma de entender este orden en su forma más pura.

Grigori Perelman, a pesar de resolver uno de los problemas más difíciles del mundo, se mantuvo alejado de las personas que querían aplaudirlo. Rechazó premios, dinero, fama. Quizás este fue, de hecho, su mayor desafío. Hoy, casi nadie sabe qué está haciendo, dónde vive o si está trabajando en un nuevo problema.

Pero esto es seguro: la persona más silenciosa en la historia de las matemáticas quizás dejó una de las huellas más sonoras. Logró sorprender al mundo incluso con su silencio.

Por eso, llamarlo "El Misterioso Grigori" no es para nada una exageración.